¿Por qué tanta violencia?
Un vecino le relataba así a nuestro cronista la experiencia vivida el domingo como parte del público asistente a la final de campeonato que disputaron los equipos de Atlético Carlos Casares y Boca Carlos Casares, en el campo de juego del primero de los nombrados. “Hacía siglos que no concurría como espectador a un partido de fútbol local, y te aseguro que quedé sorprendido. No me imaginé que pudiera haber tanta violencia verbal en el fútbol actual. No podía creer que vecinos de esta ciudad, que seguramente se cruzan todos los días en la calle o son parte integrante de instituciones, o concurren a las mismas reuniones sociales, pudieran insultarse de tal manera. Malamente, apelando a golpes muy bajos, ya no acordándose de sus mamás, algo tolerado y si se quiere folklórico, sino apelando a suposiciones agraviantes contra las personas a las cuales iban dirigidas y hacia sus esposas o hijos, con términos discriminatorios unos, ofensivos otros, no escapando el árbitro a esa maraña de insultos que sin duda alguna empalidecía el espectáculo deportivo. Y quedé más azorado aún cuando al salir del estadio observé cómo algunos se trenzaban en nuevas discusiones, desafiándose a la pelea como si fueran enemigos irreconciliables. Lo comenté con alguien que es habitué a los partidos de fútbol local, y se sonrió como diciendo “ahora es así”, y por todo comentario me dijo “algunos se lo merecen”, no pudiendo dar crédito a que pensara de esa manera.
Tal vez ese clima insólito de violencia que en nada se asemeja al que yo viví en los tiempos en que iba todos los domingos a ver fútbol, sea el reflejo y las consecuencias de los tiempos que se viven, los del piquete, la corrupción, la inseguridad, la falta de respeto, el sálvese quien pueda, la desconfianza, en fin, toda esta porquería que nos tiene a todos de mal humor y con niveles de stress insoportables.
Como contraste acaso insólito, pude observar que mientras los ganadores salían en autos y camionetas de la cancha de juego, eufóricos y festejantes, gritando a viva voz la obtención del campeonato, y al son de sus estridentes bocinas, se cruzaron con el sepelio de un vecino cuyo acompañamiento ingresaba precisamente al cementerio local. Que no hayan hecho silencio en señal de respeto, no me sorprendió. Es la vida, unos ríen, otros lloran, fue una casualidad. Pero lo otro sí, esa violencia verbal o escrita, injustificada y dañina, me dejó picando una sensación: ¡Qué mal debemos estar!.