lunes, 7 de marzo de 2011

EDITORIAL

HAY FLORES QUE NO PERFUMAN.

Hay que ponerse en el cuero del gobierno de turno cuando le golpean a la puerta familias sin vivienda con hijos pequeños, personas solas sin techo, cuando hay que reubicar a usurpadores, cuando el déficit habitacional es mayor que las posibilidades, y entonces hay que echar mano a lo primero que se encuentra. Y así hicieron con el Hotel Flores, convirtiéndolo en aguantadero de desarrapados, pobres de toda pobreza que no tienen dónde ir, dónde vivir y acaban por arreglarse en un cuarto en el que terminan hacinados, en un clima a veces de hostilidad, otras de temor, ya que la convivencia no siempre suele darse y entonces se producen inevitables roces que pueden terminar en serias reyertas con graves consecuencias. Y eso es en realidad lo que se temía y ha pasado. Y las consecuencias, a la larga, las ha de pagar precisamente quien buscó darle una solución provisoria al problema, la que luego se hizo permanente.

Es imperioso desactivar ese foco social que no solo reviste peligro en sí mismo, sino que daña a vecinos, los que sufren las consecuencias de la precariedad en la que viven esas personas, lo que inevitablemente les genera temores y otros sentimientos encontrados, en los que no están ausentes la solidaridad, a veces la compasión, y otras veces el enojo por las injusticias de una sociedad desigual que condena a inocentes a una vida de necesidades y privaciones. Esto último muy especialmente referido a los niños.

No hay fórmulas mágicas, es el estado el que debe proveerles, por el derecho constitucional que les asiste, una vivienda digna. No es la solución una desvencijada pieza de hotel, ni tampoco una casa de cartón o de chapa, como tanto se ha visto.

También les cabe a las víctimas de este sistema de exclusión el no bajar los brazos, intentar salir a fuerza de trabajo y sacrificio, luchar por su bienestar y el de sus hijos, no rendirse jamás. Vivir de la dádiva, suele transformarse, por comodidad o por desidia, en una costumbre. Hay sobrados ejemplos.

Lo que sucedió, y que algunos rezaban para que no suceda, fue apenas leve. Es de esperar que no se repita, pero para ello debe terminarse con ese factor de riesgo social que es una caldera a punto de explotar. La solución, aunque sea progresiva, no puede esperar más.