miércoles, 14 de mayo de 2008

ASALTO EN HORTENSIA


Los encapuchados se llevaron más de 50 mil

A la mujer mayor le robaron 40 mil y a la cuñada 9 mil y las joyas.
EL OESTE estuvo en Hortensia.

La localidad de Hortensia dista mucho de ser lo que fue. Quedan muy pocospobladores, el comercio es mínimo, sus polvorientas calles son muy poco transitadas, y allí se conocen todos. Un coche, una moto o un par de forasteros que circulen por el poblado son fácilmente detectables. Nadie pasa allí desapercibido. Y sin embargo, días pasados, dos vecinas del lugar que viven en casas contiguas fueron asaltadas, amordazadas, maniatadas y reducidas con el uso de gas pimienta por dos sujetos encapuchados que les llevaron una abultada suma de dinero. Nadie los vio, nadie creyó escuchar algún ruido sospechoso. Nunca antes había pasado algo así en Hortensia. Ni en sus mejores épocas de prosperidad y abundancia, cuando el censo decía que estaba poblado por casi 2000 almas.

Un cronista y un fotógrafo de EL OESTE fueron hasta Hortensia para escuchar la propia versión de las víctimas, dos conocidas señoras del lugar, María Esther Hernández, de 73 años, y Matilde Esther Haedo de 51. Estuvimos con la primera, ya que la segunda estaba en cama, seguramente aún impresionada por los terribles momentos vividos.

ERAN MÁS DE 25 MIL

«La señora dijo 25 mil porque si decía que eran 40 mil pesos los que le robaron, iban a pensar que tenía mucha plata...», nos dijo un vecino, y doña María lo confirmó aceptando que había dicho menos porque tenía miedo.

Su casa es más que humilde, descascarada por el siglo y pico que lleva en pie, de paredes de ladrillo a la vista, débiles puertas sin cerradura, pequeños ventanucos y humilde mobiliario corroído por los años. Nada allí deja entrever que su propietaria tiene una buena renta, que podría vivir mucho mejor pero que evidentemente así ha vivido toda su vida y para ella está bien.

Doña María es simpática, charlatana y muy despierta, lleva muy bien sus 73 años, pese a que hace muchos que dejó la coquetería femenina. Nos franquea la puerta de su casa con amabilidad y muestra todo lo que hay que ver.

-Dónde se encontraba usted cuando llegaron los ladrones?

-Como yo pensaba arreglar la casa tengo todo desordenado, y hay un galponcito que tiene una ventana rota. Yo no cerraba la puerta de la casa que da al fondo hasta que me iba a acostar, porque, como es al fondo, pensaba que nadie ve.

Yo estaba mirando televisión y serían como las 11 y media de la noche cuando sentí un ruido fuerte atrás, donde hay una mesa, una chapa... cuando sentí ese ruido, alcancé a cerrar la puerta de atrás, pero una persona entró por la otra puerta... Yo lo que intenté hacer fue meterme en la pieza y encerrarme, pero hubiera sido peor... caminaron bien ligero, me agarraron y me tiraron al piso

-Estaban encapuchados?

-En la casa de mi vecina sí, pero acá no. Ni encapuchados ni con guantes.

-Armados ?

-Sí, estaban armados y eran bastante jóvenes.

-Conocía a alguno?

-No. Ni la más mínima idea.

-Qué le dijeron?

-Yo no sé si grité o no, pero me dijeron que no gritara porque me mataban. Y de ahí, mientras uno me custodiaba, me tenía agarrada, el otro se metió a la pieza... rompieron una sábana y me amordazaron, le sacaron al velador los cables y me ataron.

Después revolvieron todo Yo estaba consciente pero no me daba cuenta de nada... no tenía ni miedo, para mí que me dieron alguna pastilla.

-Ellos le pidieron dinero?

-Ellos me pidieron dólares... "dános los dólares que vos tenés", me dijeron, pero yo no tenía dólares.

-Ud. tenía dinero acá?

-Sí, casi 40 mil pesos. Había cobrado esa plata dos días antes.

-Se lo llevaron todo?

-Todo. Eso fue la noche del jueves. El viernes tenía pensado ir a Casares para depositar esa plata. (La mujer no quería hablar mucho de lo que tiene y lo que deposita porque «va a ser peor», dijo)

-Ellos sabían que Ud. había cobrado esa plata...

-No sé si sabrían, a lo mejor...

-O que había esa plata en la casa.

-Y qué sé yo... fueron a lo de mi cuñada también. Yo le pregunté a mi cuñada (Matilde Haedo) y ella me comentó que no dijo nada, pero uno de los ladrones me dijo amenazante “no me digas que no tenés plata porque “Chiquita” nos dijo que vos sos la que tenés la plata, vos sos la heredera...»

-Ese dinero, ¿no lo tenía de ahora?

-Tenía una parte de otro cobro, y la plata del cobro de ahora por el alquiler del campo.

-Primero le robaron a Ud. y después a ella?

-Acá vinieron dos y allá dice que fueron cuatro... pero la cortina estaba un poquito corrida y vi de a ratos que afuera había otro.

-Y después que se fueron, ¿Cómo hizo para soltarse?.

-Ellos cerraron y le sacaron la llave a la puerta, cerraron el galponcito, apagaron el televisor y la luz, prendieron la luz de afuera y desaparecieron, no sin antes apretarme más todavía... me ahogaba y, haciendo un esfuerzo pude afirmar los pies, salir y pedir auxilio. Alcancé a llegar a la vereda y el muchacho de la panadería escuchó el perro de enfrente que ladraba, y entonces salió y me vio.

-Su cuñada ¿estaba acompañada cuando entraron los ladrones?

-Si, con una sobrina que duerme con ella. Se llama Patricia Pavia. El novio se había ido cuando terminó el partido que daban por televisión, y ellas se quedaron mirando Tinelli, y fue en ese momento cuando ingresaron los ladrones.

-Cuánto le robaron a su cuñada?

-9.000 pesos, dice, y todas las joyas.

-La durmieron... ¿qué le hicieron?

-Le echaron aerosol. Ellas dicen que se resistieron... Yo no me resistí, para qué.

Cuando nuestro cronista hablaba con doña María, fue su vecino Antonio Zapata quien nos mostró por dónde habían entrado los ladrones y aportó algunos datos. Luego apareció una amiga llamada Nidia Rubeiro Romero, quien también dijo lo suyo, pero en realidad nadie oyó nada, como si los ladrones hubieran aparecido de la nada. Tal es así, que ni siquiera se tiene la certeza de si circulaban en auto o en moto, ni hacia dónde huyeron. En lo que todos coinciden es que se trata de forasteros que fueron «dateados» por alguien muy allegado a las víctimas, tal vez algún pariente, alguien que sabía que doña María manejaba dinero y cuando cobraba.

En la localidad no se habla de otra cosa, la gente «tranca» las puertas, arreglaron las ventanas rotas, dejan los perros afuera, no sea cosa que vuelvan. Hasta han comprado cartuchos y ponen las escopetas a mano. «Son de Bolívar», dicen, y los más arriesgados afirman que el entregador es muy conocido, con nombre y apellido, familiar de una de las víctimas.