Las escenas filmadas en un par de clases de escuelas del conurbano bonaerense, que registran la burla y la agresión por parte de los alumnos para con los profesores, han causado el estupor de nuestra sociedad y son motivo de análisis por parte de sociólogos, psicólogos, directivos de la educación, el periodismo y también de la opinión pública en general. Unos encuentran las causales en la educación que esos chicos reciben de sus hogares y los eximen de toda responsabilidad, otros hablan de sancionarlos severamente y aplicarles el concepto de «la letra con sangre entra», y no son pocos los que consideran que los hechos imponen una completa revisión de todos los componentes que confluyen para que los adolescentes muestren su iracundia en todos los ámbitos y en especial en su escuela, de-sanudando comportamientos irrespetuosos y agresivos que no solo afloran en su trato habitual con sus compañeros, sino también con sus maestros, a quienes denigran sin piedad.
Pero, el motivo de la presente es otro, y como siempre apuntando a la problemática local, ya que ninguno de los hechos o situaciones que se producen en nuestra sociedad global dejan de producirse en nuestro medio. ¿Puede acaso materializarse algún tipo de prevención para que situaciones de esa índole no ocurran en nuestras escuelas?. Creemos que sí, que analizando con los alumnos los hechos ocurridos y escuchando sus opiniones, se pueden conocer las causas que determinan ese tipo de comportamientos y actuar en consecuencia. Solo el diálogo puede lograr el entendimiento. Sabido es que se da el caso de chicos con severos trastornos de conducta y de profesores que no imponen respeto ni sentido de la autoridad. A unos y a otros deberán prestarle una atención diferenciada para que sus actitudes no sean determinantes de hechos como los difundidos recientemente. Cientos de veces hemos repetido que Casares no es una isla. Todos los males de las sociedades modernas, tarde o temprano se instalan entre nosotros, a al menos nos rozan, demostrando nuestra vulnerabilidad. La prevención es la mejor arma. Si el problema en nuestras escuelas ya se insinúa, lo mejor es reconocerlo y anticiparse. Si no existe, pensar que a la larga existirá, salvo que se pongan en marcha todos los mecanismos para evitarlo.