"Carlos Casares se está enterando hoy de que vuelve a estar en el mapa"
Con esa frase el diario Clarín cierra el reportaje que le hiciera a una vecina casarense ganadora del juego del DT que organiza ese importante medio periodístico.
Ante esa frase los casarenses debemos admitir que, salvo que nos sucedan cosas importantes, acaso catastróficas, de gran repercusión nacional, «no estamos en el mapa». Somos ignotos, insignificantes, al borde de la inexistencia.
El Casares del ciclón, el de Roberto Mouras, el casi desaparecido bajo las aguas de las inundaciones, el del arsénico que nos mata o el del Rey de la Soja han tenido fugaces repercusiones a nivel nacional «Volvió a estar en el mapa» dice Clarín, y eso puede doler, pero es la realidad; sólo existimos si nos ocurre algo trascendente, no somos importantes, ni siquiera considerados, sólo estamos en el mapa esporádicamente. Después, el anonimato.
¿Es malo eso?, tal vez no lo sería si gozáramos de los beneficios de aquellos lugares que por la paz y tranquilidad que se respira los hacen «elegidos», libres de polución, de todos los males de las ciudades populosas, con calles pobladas de chicos que juegan en libertad, con vecinos que duermen la siesta, van a pie a su trabajo, dejan sus casas abiertas y se encuentran al abrigo de temor alguno. Y Casares fue todo eso, aunque no representáramos ni siquiera un punto en el mapa mediático del país. Lo terrible es que está dejando de serlo, contaminado por los males de todas las ciudades modernas y densamente pobladas, dejando de ser ese paraíso soñado por todos aquellos que viven en el infierno de esas grandes urbes. Hoy la inseguridad genera temor, la falta de empleo impide que crezcamos, nuestros hijos buscan mejores horizontes, la cultura nos llega de a pedacitos, la educación no satisface las necesidades, y los chicos ya no tienen la libertad de otrora. Lo único que persiste es que seguimos sin figurar en el mapa.
Tal vez sea mejor así. De poco sirve la notoriedad circunstancial que puede darnos un hecho conmocionante. Lo importante sería recuperar aquellos valores que hacían de Carlos Casares un lugar acogedor, que merecía ser vivido. Está en nosotros el volver a lograrlo.