Por qué no pagan las cuotas
Pareciera ser una constante que se observa desde hace largo tiempo en nuestra ciudad. Son muchos los vecinos adjudicatarios de los tantos barrios construidos por la comuna, por la provincia y la nación que no abonan las cuotas de los créditos, a pesar de que son cifras irrisorias que de manera alguna afectan su economía. Algunos deben abonar 40 pesos, otros 50 y los que tienen las cuotas más altas, de barrios construidos recientemente, llegan a 100 ó 130 pesos. Como dijeran los jóvenes esas cantidades no existen, si tenemos en cuenta que dichos vecinos pagan religiosamente cuotas de motos, de autos, créditos y otras obligaciones, pero la cuota de la casa en la cual viven no la pagan. Actitud que marcha a contramano de la cultura que nos han inculcado nuestros abuelos inmigrantes, al considerar que el techo es sagrado, que no hay propiedad más importante para una familia que la de su propia casa, el hogar en el que viven.
Sin generalizar, podemos decir que es más alto el promedio de adjudicatarios de esas viviendas que no pagan sus cuotas, que el de las que las pagan. Obviamente los organismos oficiales que tienen la obligación de controlar y exigir el pago no lo hacen, y toleran a su vez usurpaciones, ventas ilegales, operaciones inmobiliarias que contravienen claramente las prohibiciones dispuestas en el acta de adjudicación de las mismas. Esos temperamentos, de un lado y de otro, perjudican o no permiten la realización de nuevos proyectos de viviendas, dado que la falta de recupero ante el no pago de las cuotas, reciente el proceso natural que debiera darse.
Y algo que llama poderosamente la atención, es que en la legión de morosos se encuentran también familias de poder adquisitivo medio, que no tienen excusa alguna para no abonar los créditos, pero como nadie paga, ellos tampoco pagan.
Seguramente entre los lectores de esta nota deben encontrarse adjudicatarios cumplidores que están al día con el pago de sus servicios, los que sin duda deben sentirse sapos de otro pozo, y hasta seguramente han de preguntarse si se justifica el que ellos paguen, cuando otros no lo hacen.
El pagar las cuotas en tiempo y forma, aunque ello signifique un sacrificio, es un doble acto de agradecimiento y solidaridad. De agradecimiento porque muy difícilmente por el esfuerzo propio hubieran podido acceder a una vivienda. Y de solidaridad porque abonando las cuotas permiten la realización de nuevos proyectos que beneficien a potenciales familias sin techo. El derecho a una vivienda digna está consagrado en la Constitución, pero no todos los gobiernos han hecho de ese derecho una bandera. Aún persisten aquellos que sostienen que al hombre no hay que darle el pescado sino enseñarle a pescar. Muchos de nuestros abuelos construyeron sus viviendas hasta con sus propias manos, haciendo un esfuerzo terrible, ahorrando por años, sacrificandolo todo para cobijar a su familia. Pero hoy es todo muy distintos, son muy pocos los que pueden lograr una casa propia desde su modesto empleo o trabajo independiente. Es allí cuando el Estado debe contribuir a que se haga realidad el sueño de la casa propia.
Si intentáramos hacer una reflexión final podríamos decir que el que paga por lo que recibe tiene derechos, puede opinar. Por ejemplo el poder oponerse a que su barrio se llame de tal o cual manera, y proponer en consecuencia. En cambio el que no paga, no solo perdió el derecho de hacer valer su opinión, sino que está en deuda, con el Estado y con sus propios vecinos, aquellos que están en la lista de espera para acceder a una vivienda propia.